(Ofrecemos este intercambio entre Juan Wesley y George
Whitefield. George y Juan eran buenos amigos. Pero en estas cartas el lector
podrá apreciar qué tan importantes eran las doctrinas de la gracia de Dios para
Whitefield, quien estaba dispuesto a perder la amistad humana por afirmarlo)
Prefacio a su carta - George Whitefield
Estoy consciente de los diferentes efectos que publicar esta
carta contra el sermón del querido Sr. Wesley producirá. Muchos de mis amigos
que son fervientes defensores de la redención universal, se ofenderán. Muchos
que son celosos del lado contrario se regocijarán. Aquellos que son débiles en
ambos lados y que se dejan llevar por razonamientos carnales desearán que este
debate nunca se hubiera dado. Las razones que doy al inicio de la carta, creo
que son suficientes para satisfacer cualquier conducta. Deseo entonces que
aquellos que sostienen la doctrina de la elección no se sientan triunfantes, o
que hagan otro partido (detesto tal cosa) – y que aquellos que tienen prejuicio
con respecto a esta doctrina no se sientan ofendidos tampoco.
Conocidas al Señor son todas su obras desde el principio del
mundo. El gran día descubrirá por qué permitió el Señor que el Sr. Wesley y yo
tuviéramos diferentes formas de pensar. Al presente, no voy a inquirir en eso,
más allá de lo que él mismo afirma en la siguiente carta, que recibí de sus
manos hace poco:
(Juan Wesley había escrito la siguiente carta a George)
Londres, Agosto 9, 1740
Mi querido Hermano, Te agradezco por la tuya, Mayo 24. El caso está
claro. Hay burladores de ambos lados, tanto de la predestinación como contra
ella. Dios está enviando un mensaje tanto a los unos como a los otros. Pero
ninguno lo recibe, excepto si se los expone alguien de su mismo lado. De manera
que, por un tiempo hemos de sufrir ser uno de una opinión y el otro de otra.
Pero el tiempo vendrá, cuando Dios hará lo que el hombre no puede hacer, es
decir, hacer que tengamos un mismo sentir. Entonces la persecución vendrá, y
veremos si contamos nuestras vidas valiosas para nosotros mismos, para que
podamos acabar nuestra carrera con gozo. Yo siempre, mi querido hermano, Siempre
tuyo, J. Wesley.
Entonces, mi honrado amigo, de corazón pido a Dios que apresure
el tiempo, en que nos ilumine en todas la doctrinas de revelación divina, para
que estemos muy unidos en principio y en juicio así como de corazón y afecto. Y
entonces si el Señor nos llamara, no temo ir a prisión, o a la muerte. Porque
como Pablo y Silas, espero cantar alabanzas a Dios, y lo contaré como nuestro
gran honor sufrir por la causa de Cristo, y dar nuestras vidas por nuestros
hermanos.
Carta de George Whitefield al Rev. John Wesley En
respuesta al sermón del Sr. Wesley titulado “Gracia Libre” Bethesda, Georgia,
Diciembre 24 de 1740
Reverendo y muy querido Hermano,
Solo Dios sabe el indecible dolor que tengo en el corazón por
tu causa desde que dejé Inglaterra. Ya sea por falta de carácter o no, pero
confieso francamente, que ni Jonás iba tan indispuesto a Nínive, de lo que yo me
siento al tomar la pluma para escribir algo para contradecirte. Preferiría
morir; y aún así, si soy fiel a Dios, a otras almas y a la mía propia, no debo
permanecer neutral por más tiempo.
Estoy muy consciente de que nuestros adversarios comunes se
regocijarán al comprobar que hay diferencias entre nosotros. Pero, ¿qué puedo
decir? Los hijos de Dios están en peligro de caer en el error. Más bien, muchos
han sido extraviados, en los cuales Dios había obrado por medio de mi
ministerio, y aún un gran número está clamando a mí para que les muestre mi
opinión. Debo entonces mostrar que no conozco a ningún hombre según la carne, y
que no hago acepción de personas, más allá de lo que sea consistente con mi
labor para mi Señor y Dueño, Jesucristo. Esta carta, no hay duda, me hará perder
muchos amigos: y quizás sea por esta causa que Dios ha puesto esta tarea sobre
mis hombros, para probar si estoy dispuesto a arriesgarlo todo por su causa o
no.
Por causa de estas consideraciones, creo mi deber dar mi
humilde testimonio, y argumentar con ardor por las verdades, que estoy
convencido, están claramente reveladas en la Palabra de Dios. En la defensa de
lo cual debo ser abiertamente explícito, y tratar a mis más queridos amigos en
esta tierra con la más grande simpleza, fidelidad y libertad, dejando las
consecuencias de todo esto a Dios.
Por algún tiempo antes, y especialmente desde mi última partida
de Inglaterra, tanto en público como en privado, en predicaciones o en forma
impresa, tú has estado propagando la doctrina de la redención universal. Y
cuando recuerdo cómo Pablo reprendió a Pedro por su disimulo, temo que he pecado
al guardar silencio por tanto tiempo. Entonces, no te enojes conmigo, mi
estimado y honrado señor, si ahora libero mi alma, al decirte que en esto
cometes un grave error.
No es mi intención entrar en un largo debate con respecto a los
decretos de Dios. Te refiero al Dr. Edwards en su Veritas Redux [1], el cual,
creo es irrefutable – excepto en cierto punto, concerniente a una clase
intermedia entre elegidos y reprobados, lo cual él mismo de hecho, llega a
condenar después. Solamente haré algunas anotaciones sobre tu sermón titulado
Gracia libre. Y antes de entrar en el discurso mismo, déjame que hable un poco
sobre el prefacio que según apuntas, es una obligación indispensable publicarlo
a todo el mundo.
Debo confesar que siempre he pensado que estabas equivocado en
esto. El caso (como sabes) es este: Cuando estuviste en Bristol, creo que
recibiste una carta de mano privada, acusándote de no estar predicando el
evangelio, porque no predicabas con respecto a la elección. Sobre esto tomaste
el desafío: “predicar e imprimir”. Con frecuencia cuestioné, como lo hago ahora,
si al hacer esto, no tentabas al Señor. Un necesario ejercicio de prudencia
religiosa, antes de tomar tu decisión, habría sido considerar esta cuestión.
Además, nunca me enteré que inquirieras de Dios, para determinar si la elección
era una doctrina del Evangelio o no lo era. Pero, temo que, dándolo por sentado
[que la elección no es una doctrina bíblica], solo consideraste si debías
permanecer en silencio o predicar e imprimir en contra de ella. Sea como sea,
tomaste el desafío “predicar e imprimir”; y hacerlo en contra de la doctrina de
la elección.
Conforme a mi deseo, suprimiste la publicación del sermón
mientras estuve en Inglaterra; pero pronto lo enviaste por todo el mundo después
de mi partida. ¡Ojalá te lo hubieras reservado! Sin embargo, si ese sermón fue
impreso en respuesta a un desafío, me inclino a creer, que la razón por la cual
Dios debía sufrir que fueras engañado, era, para imponerme una obligación
especial a mí, de declarar fielmente lo que dice la Escritura con respecto a la
doctrina de la elección, y que así el Señor me diera una nueva oportunidad para
mostrar lo que hay en mi corazón, y si sería fiel a Su causa o no, como te
consta que Él lo hizo ya antes, cuando tomaste aquella decisión en Deal.
La mañana que sarpé de Deal para Gibraltar [2 Febrero 1738], tu
regresaste de Georgia. En vez de darme una oportunidad de conversar contigo,
aunque la nave no estaba tan lejos de la costa, tomaste una decisión, e
inmediatamente te dirigiste a Londres. Dejaste una carta, en la cual dejaste
palabras tales como: “Cuando vi que Dios, me enviaba a mí por medio del
mismo viento que te traía a tí, consulté a Dios. Su respuesta va en esta carta.”
Esto fue un trozo de papel en el cual estaban estas palabras: “Déjale
regresar a Londres”. Cuando recibí esto, estuve algo sorprendido. Aquí
estaba un buen hombre, diciéndome que tomara una decisión, y que Dios quería que
yo regresara a Londres. Por otro lado, yo sabía que mi llamado era para Georgia,
y que había dejado Londres y que no podía, en justicia, dejar a los soldados que
estaban bajo mi cargo.
Me puse a orar con un amigo. Ese pasaje en I Reyes 13 me
impresionó poderosamente, donde se nos relata que un profeta fue atacado por un
león al haber sido tentado a retroceder (en contra de la orden expresa de Dios)
siendo que otro profeta la convence de que Dios así lo quería. Te escribí que no
podía volver a Londres. Zarpamos de inmediato. Algunos meses después, recibí una
carta tuya en Georgia, en la cual escribiste palabras a este efecto: “Aunque
Dios nunca me había dado un desafío erróneo, sin embargo, quizás, sufrió el
dármelo en aquella oportunidad, para probar lo que había en tu corazón”. Yo
nunca habría publicado esta transacción privada al mundo, si la gloria de Dios
no me llamara hacerlo. Es claro que tomaste un mal desafío aquí, y justamente,
porque tentaste a Dios con tu decisión. Y así creo que es lo mismo en el
presente caso. Y si es así, no permitamos que los hijos de Dios que son íntimos
amigos tuyos y míos, y que también promueven la redención universal, crean que
esa doctrina es correcta – solo porque la predicas siguiendo un desafío que
viene de Dios. Esto, creo, puede servir como respuesta a parte del Prefacio de
tu sermón impreso, en el cual dices, “Nada aparte de la más fuerte
convicción, de que no solo lo que aquí se expone es la verdad como lo es en
Jesús, sino que también estoy indispensablemente obligado a declarar esta verdad
a todo el mundo”.
El que tú creas que lo que has escrito es la verdad, y que tú
honestamente deseas la gloria de Dios al escribirlo, eso no lo dudo ni un
momento. Pero entonces, honrado señor, no puedo menos que pensar que has errado
al imaginar que estás bajo una obligación indispensable de tomar una acción,
cuando has tentado a Dios, tomando una decisión en la forma que lo hiciste, y
mucho menos publicar tu sermón contra la doctrina de la predestinación para
vida. Debo observar ahora, que has hecho tan mal al imprimir siguiendo una
garantía imaginaria, como al elegir tu texto. Honorable señor, ¿como pudo entrar
en tu corazón el escoger un texto como Romanos 8 para desaprobar la doctrina de
la elección, si se expone tan abiertamente esta doctrina allí? Una vez hablé con
un Cuáquero sobre este tema, y no encontró otra forma de evadir el argumento del
Apóstol que decir: “Creo que Pablo estaba equivocado”. Y otro amigo últimamente,
quien estuvo antes muy predispuesto en contra de la elección, ingenuamente
confesó que él solía pensar que San Pablo mismo debió haberse equivocado, o que
el texto no fue traducido apropiadamente. En verdad, honorable señor, está más
allá de toda contradicción que San Pablo, en todo el capítulo 8 de Romanos, está
hablando de los privilegios de aquellos que realmente están en Cristo. Y
cualquier persona sin prejuicios, que lea lo que viene antes y después del
texto, tendría que confesar que la palabras “todos” se refiere a aquellos que
están en Cristo. Y la parte final del texto prueba plenamente, lo que,
encuentro, el querido Sr. Wesley de ninguna manera acepta. Me refiero a la
perseverancia final de los hijos de Dios: “El que no escatimó a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, [i.e. todos los santos] ¿cómo no nos
dará también con él todas las cosas?” (Rom. 8:32). [Él nos dará] gracia, en
particular, para perseverar, y cualquier cosa necesaria para llevarlos al hogar
del reino celestial de nuestro Padre. ¡Alguien que tenga la intención de probar
la doctrina de la elección, así como la perseverancia final, no podría pensar en
un texto más apropiado para este propósito que el que tú has escogido para
contradecirla! Alguien que no te conociera pensaría que estabas enterado de
esto, porque después del primer párrafo, me percato que si acaso mencionaste el
texto una vez en todo el sermón. Pero tu discurso, en mi opinión, tiene poco que
ver con el texto que escogiste, y en vez de envolverme, me confirma más y más en
la creencia de la doctrina de la elección eterna de Dios.
No mencionaré cuán ilógicamente has procedido. Si hubieras
escrito con claridad, habrías, honorable señor, probado primeramente tu
proposición: “La Gracia de Dios es libre para todos”. Y luego a modo de
inferencia [debiste] haber exclamado en contra de lo que has llamado el horrible
decreto. Pero sabías que la gente (ya que el Arminianismo, abunda recientemente
entre nosotros) está por lo general predispuesta en contra de la doctrina de la
reprobación, y así pensaste que manteniendo esta aversión, podrías echar abajo
por completo la doctrina de la elección. Porque, sin duda, la doctrina de la
elección y la de la reprobación deben sostenerse o caer juntas. Pero pasando por
alto esto, y tu definición equivocada de la palabra gracia, y tu falsa
definición de la palabra libre, y que deseo ser lo más breve posible, yo
reconozco con franqueza: Creo en la doctrina de la reprobación, en este sentido,
que Dios quiere dar gracia salvadora, por medio de Jesucristo, solo a cierto
número, y que al resto de la humanidad, después de la caída de Adán, les dejó
Dios con toda justicia, continuar en sus pecados, por lo cual de forma justa
también, sufrirán muerte eterna que es el pago merecido. Esta es la doctrina
establecida en las Escrituras, y reconocida como tal en el artículo 17 de la
Iglesia de Inglaterra, como el obispo Burnet mismo confiesa. Aunque el querido
Sr. Wesley la niega absolutamente.
Pero las objeciones más importantes que has expresado contra
esta doctrina como las razones por las cuales la rechazas, al considerarlas
seriamente, y tratarlas fielmente por la Palabra de Dios, aparecen sin fuerza
alguna. Permítaseme revisar con calma y humildad la cuestión, de la manera
siguiente:
Primero, dice que si esto fuera así, (i.e., si existe la
elección) entonces toda predicación es vana: no es necesaria para aquellos que
son elegidos; porque ellos, sea con predicación o sin ella, serán salvos de
manera infalible. Así que el fin de la predicación que es salvar las almas no
tiene sentido con ellos. Y es inútil para los que no son elegidos, porque no
pueden ser salvos. Ellos, sea con predicación o sin ella, serán condenados. Se
impide el fin de la predicación para ellos también. De manera que tanto nuestra
predicación como el escuchar es también en vano. Página 10, párrafo 9. O mi
querido señor, ¿qué clase de razonamiento – o más bien sofisma – es este? ¿No ha
sido Dios, quien ha elegido la salvación para cierto número, el mismo que ha
determinado que sea la predicación de la Palabra el medio por el cual los traerá
a sí? ¿Será que hay quien cree en la elección en otro sentido? Y si fuera así,
¿cómo es que se vuelve innecesaria la predicación a los elegidos, cuando el
evangelio está designado por Dios mismo como poder para la salvación eterna de
ellos? Y como nosotros no podemos saber quiénes son elegidos y quiénes
reprobados, debemos predicar sin discriminación a todos. Porque la Palabra puede
ser muy útil, incluso a los no-elegidos, al refrenarles de mucha más maldad y
pecado. Sin embargo, es suficiente razón para mostrar la mayor diligencia en la
predicación y escucha, si consideramos que por este medio, algunos, tantos como
el Señor ha ordenado a vida eterna, serán vivificados y habilitados para creer.
¿Y quién podrá negar que al escuchar, especialmente con reverencia y cuidado, se
encontrará el individuo entre aquel feliz número?
Segundo, dices que la doctrina de la elección y de la
reprobación tiende directamente a destruir la santidad, la cual es el fin de
todas las ordenanzas de Dios. Porque (según dice el querido Sr. Wesley en su
error) “quita por completo aquella primera motivación para continuar, que
con tanta frecuencia se propone en las Escrituras. La esperanza de recompensa
futura y el temor al castigo, la esperanza del Cielo, y el miedo al infierno,
etc.” Yo pensaba que alguien que lleva la perfección a un punto tan
exaltado como lo hace el querido Sr. Wesley, debería saber que un verdadero
amante del Señor Jesucristo luchará por ser santo por el hecho mismo de ser
santo, y trabajará para Cristo por amor y gratitud, sin esperar recompensas en
el cielo, o por temor del infierno. Tú recuerdas, querido señor, lo que dice
Scougal, “El amor es la más poderosa motivación que en verdad los mueve”. Pero
pasando esto por alto, y reconociendo que las recompensas y los castigos (que lo
son en realidad) pueden ser motivos por los cuales un Cristiano puede
honestamente desear actuar por Dios, ¿cómo destruye la doctrina de la elección
estas motivaciones? ¿No saben los elegidos que entre más buenas obras realicen,
más recompensas recibirán? Y ¿no es este estímulo suficiente para causar que
perseveren trabajando por Cristo? Y ¿cómo es que la doctrina de la elección
destruye la santidad? ¿Quién predica otra doctrina de la elección que aquella
que el apóstol predicó, cuando dijo, “escogidos --- para santificación en el
Espíritu? (II Tesalonicenses 2:13). ¿No es la santidad una marca de la elección,
según aquellos que la predican? Entonces, ¿cómo podría esta doctrina destruir la
santidad? El ejemplo que traes para ilustrar tu proposición, es ciertamente,
querido señor, algo impertinente. Porque tú dices, “Si un enfermo sabe que
inevitablemente muere o inevitablemente se recupera, aunque no sabe cuál de las
dos cosas, no es razonable tomar medicina alguna”. Querido señor, ¿qué
razonamiento absurdo es este? ¿has estado enfermo en tu vida? Si es así, no es
la mera probabilidad de recuperación, un estímulo para tomar la medicina, aunque
sepas que está inalterablemente dispuesto el hecho de que vivas o mueras?
Porque, ¿cómo vas a saber si esa medicina es el medio por el cual Dios te dará
la recuperación? Del mismo modo es en la doctrina de la elección. Yo se que está
inalterablemente dispuesto (podría decirse) que yo sea salvo o condenado; por
qué no luchar, aunque al presente en una forma natural, ya que no se si este
luchar sea el medio por el cual Dios me dará la bendición, para traerme al
estado de gracia? Querido señor, considera estas cosas. Haz una aplicación
imparcial, y luego juzga qué razón tenías para concluir el párrafo 10, página
12, con estas palabras: “Así, esta doctrina tiende directamente a cerrar la
puerta misma de la santidad en general, dificulta a los impíos acercarse, o
luchar por entrar”. “Tan directamente”, dices, “esta doctrina
tiende a destruir varias ramas particulares de la santidad como la mansedumbre,
el amor, etc.”. Diré poco, querido señor, en respuesta a este párrafo.
¿Quizás el querido señor Wesley ha estado disputando con algún hombre grosero y
estrecho de espíritu que favorece la elección, y entonces infiere que su
grosería y estrechez se debía a sus principios? Pero, ¿no conoce el señor Wesley
muchos queridos hijos de Dios, que son predestinarios, y que son mansos,
piadosos, corteses, de tierno corazón, agradables y de gran espíritu, y que
anhelan ver al más vil pecador convertido? ¿Y por qué? Porque reconocen que Dios
los salvó a ellos por un acto de su amor selecto, y saben que puede haber
elegidos entre aquellos que parecen ser los más abandonados. Pero querido señor,
no debemos juzgar la verdad de los principios en general, ni en particular de
este principio de la elección, por la práctica de algunos que los profesan. Si
fuera así, estoy seguro que mucho podría decirse en contra de los tuyos. Porque
yo apelo a tu propio corazón, no has sentido en ti mismo, u observado en otros,
estrechez de espíritu y desunión en el alma de aquellos que sostienen la
redención universal. Si es así, entonces de acuerdo a tu propia regla, la
redención universal es errónea, porque destruye varias ramas de santidad, tales
como: mansedumbre, amor, etc. Pero no he de insistir en esto, ruego que tu
observes que la inferencia que has hecho es enteramente rechazada por la fuerza
del argumento del Apóstol, y el lenguaje que utiliza expresamente en Colosenses
3:12-13: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable
misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia
soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja
contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”
Aquí vemos que el Apóstol los exhorta a la entrañable misericordia, benignidad,
humildad de mente, etc., sobre esta consideración: precisamente, porque ellos
son elegidos de Dios. Y todos los que han experimentado esta doctrina en sus
corazones sienten que estas gracias son los efectos genuinos de haber sido
elegidos de Dios. Pero quizás el querido señor Wesley puede errar en este punto,
y llamar pasión a lo que solamente es celo por las verdades de Dios.
Sabes, querido señor, que el Apóstol nos exhorta a “contender
ardientemente por la fe que una vez fue dada a los santos” (Judas 3). Así que no
debes condenar a todos los que parecen celosos por la doctrina de la elección
como si fueran estrechos de espíritu, o perseguidores, solo porque piensan que
su deber es oponerse a ti. Estoy seguro, de que te amo entrañablemente en Cristo
Jesús, y pienso que hasta daría mi vida por ti, pero aún así, querido señor, no
puedo dejar de oponerme a tus errores sobre esta importante materia, porque creo
que, con calor aunque no maliciosamente, se opone a la verdad que es en Jesús.
¡Quiera el Señor remover las escamas de prejuicio de tus ojos y de tu mente para
darte un celo de acuerdo con el conocimiento Cristiano!
Tercero, dice tu sermón, “esta doctrina tiende a destruir
el consuelo de la religión, la felicidad del Cristianismo, etc.” Pero,
¿cómo sabe esto el señor Wesley, si nunca ha creído en la doctrina de la
elección? Yo creo que quienes hayan experimentado esta doctrina estarán de
acuerdo con nuestro artículo 17 en que “la piadosa consideración de la
predestinación, y la elección en Cristo, está llena de dulce, agradable e
inexpresable consuelo para las personas piadosas, y al sentir en ellos mismos la
acción del Espíritu de Cristo, mortificando las obras de la carne, y sus
miembros terrenales, y llevando sus mentes a las cosas altas y celestiales, así
como les establece grandemente y les confirma en su fe de eterna salvación, que
se goza en Cristo, porque fervientemente muestran su amor a Dios,” etc., Esto
muestra plenamente que nuestros piadosos reformadores no pensaban que la
doctrina de la elección destruía la santidad o el consuelo de la religión. Por
mi parte, esta doctrina es mi diario soporte. Sucumbiría bajo la amenaza de mis
intentos fluctuantes, si no estuviera persuadido que Dios me ha escogido en
Cristo desde antes de la fundación del mundo, y que ahora habiéndome llamado
eficazmente, no permitirá que nada me arrebate de su todopoderosa mano.
Procediste así: “Es evidente que para todos los que se creen ser reprobados,
o solamente lo sospechan o lo temen; todas las grandes y preciosas promesas son
perdidas para ellos; no les dan rayo alguno de consuelo.” En respuesta a
esto, déjame observar que ninguna persona, especialmente ninguno que tenga
deseos de salvación, puede saber que él no esté entre el número de los elegidos
de Dios. Nadie, sino los inconversos, podrían tener una razón justa para temer
esto. Y, ¿daría el querido señor Wesley confianza, o intentaría aplicar las
preciosas promesas del evangelio, el pan de los hijos, a hombres en su estado
natural, mientras continúan así? ¡Dios no lo permita! ¿Qué problema hay si la
doctrina de la elección y la reprobación en verdad produce cierta duda? Lo mismo
ocurre con la regeneración. Pero, ¿no es esta duda un medio benigno para hacer
que busquen y se esfuercen?; y ese esfuerzo, ¿no es un buen medio para
confirmarlos en su llamado y hacer segura su elección? Esta es una razón entre
muchas otras por las cuales admiro la doctrina de la elección y estoy convencido
de que debe tener un lugar en el ministerio del evangelio y debe insistirse con
fidelidad y cuidado en ella. Tiene una tendencia natural a levantar al alma de
su estado de seguridad carnal. Y así muchos hombres carnales se levantan contra
ella. Mientras que la redención universal es una noción tristemente adaptada
para que el alma se mantenga en su condición de letargo somnoliento, y por esto
tantos hombres naturales la admiran y la aplauden.
Tus párrafos, 13, 14 y 15 vienen a consideración ahora. “El
testimonio del Espíritu”, dices, “la experiencia muestra que se
obstruye por esta doctrina”. Pero, querido señor, ¿la experiencia de
quiénes? No la tuya propia; porque en tu travesía, desde tu embarque para
Georgia, hasta tu regreso a Londres, pareces admitir que no la tenías, de manera
que no eres competente para juzgar en cuanto a esto. Debes referirte por lo
tanto a la experiencia de otros. Porque dices en el mismo párrafo, “Aún en
aquellos que han saboreado ese don, aunque pronto lo han perdido”, (Supongo
que te refieres a que han perdido el sentimiento otra vez) “y caído de
nuevo en dudas y temores y oscuridad, aún horribles tinieblas que pueden
sentirse, etc. ) Ahora, con respecto a la oscuridad de la desilusión, ¿no fue
este el caso del mismo Jesucristo, después de haber recibido una unción sin
medida del Espíritu Santo? ¿No fue su alma abrumada con una horrible oscuridad,
tanto que se podía sentir cuando en la cruz clamó: “Dios mío, Dios mío, por qué
me has desamparado?” Y que todos sus seguidores son susceptibles a lo mismo, ¿no
es evidente en las Escrituras? Porque el apóstol dice, “Él fue tentado en todas
las cosas como nosotros” (Hebr. 4:15) para que él mismo sea capaz de socorrernos
a los que somos tentados (Hebr. 2:18). Y no es esta susceptibilidad entonces
consistente con la conformidad de Él al sufrimiento, de lo cual sus miembros han
de participar? (Filip. 3:10) ¿Entonces, cómo puede ser un argumento contra la
doctrina de la elección el hecho de que las personas pueden caer en oscuridad,
después de haber recibido el testimonio del Espíritu? “Sin embargo”,
dices tú, “muchísimos de los que no creen en la elección, en todas partes de
la tierra, han disfrutado del testimonio ininterrumpido del Espíritu, la luz
continua del rostro de Dios, desde el momento en que por primera vez creyeron,
por meses y años, hasta este día”. Pero, ¿como sabe esto el Sr. Wesley? ¿Ha
consultado la experiencia de muchísimos, en todas parte de la tierra? O, podría
estar seguro de lo que ha adelantado sin base suficiente, que es consecuencia de
no creer en la doctrina de la elección el que se mantengan en la luz? No, esta
doctrina, de acuerdo con los sentimientos de nuestra iglesia: “confirma
grandemente y establece una verdadera fe Cristiana de eterna salvación por medio
de Cristo”, y es ancla de esperanza, seguridad y constancia, al que camina en
oscuridad y no ve luz; como de hecho ocurre, aún después de haber recibido el
testimonio del Espíritu, aunque tú u otros inapropiadamente aseguren lo
contrario. Luego, tener respeto al pacto eterno de Dios, y arrojarse en el amor
distintivo de que Dios no cambia, hará que las manos caídas se levanten y que
las rodillas débiles se fortalezcan. Pero sin la creencia en la doctrina de la
elección, y la inmutabilidad del amor gratuito de Dios, no veo cómo es posible
tener la seguridad de una salvación eterna. ¿Qué significaría para un hombre
cuya conciencia es verdaderamente despertada, y al cual se le advierte que debe
buscar huir de la ira que vendrá, aunque se le asegure que todos sus pecados
pasados están perdonados, y que ahora es un hijo de Dios; si no se cree en la
elección, cómo asegurarle que él no se volverá luego hijo del diablo, y arrojado
al infierno? ¿Podría tal seguridad dar alguna sólida, durable seguridad a alguna
persona convencida de la corrupción de su corazón y de la malicia y poder de
Satanás? ¡No! Aquella que verdaderamente merece el nombre de completa seguridad
de fe es aquella que pone al creyente bajo el sentido de su interés en un amor
particular, para retar a todos sus adversarios, sean hombres o diablos, que
intenten destruirle ya sea en el futuro, así como el presente- diciendo como el
Apóstol: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, mas aún, el que también
resucitó, el que está sentado a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tribulación, o angustia, o
persecución, o peligro o espada? Como está escrito, Por causa de ti somos
muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas
estas somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Por tanto estoy
persuadido, que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni
ninguna cosa creada, nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús,
Señor nuestro. (Romanos 8:33- 39)
Este, querido señor, es el lenguaje de cada alma que ha
obtenido completa seguridad en la fe. Y esta seguridad solo puede surgir de una
creencia en el amor electivo de Dios. El que muchos tengan una seguridad de
estar en Cristo en el presente, pero no piensan o no están seguros de poseerla
mañana – o por la eternidad – es más bien una imperfección y su infelicidad y no
un privilegio. Yo ruego a Dios que les traiga un sentido de su amor eterno, para
que dejen de construir sobre la base de su propia fidelidad, y lo hagan en base
a la irrevocabilidad de los dones y del llamamiento de Dios, que no se
arrepiente. Porque aquellos que una vez fueron justificados, serán también
glorificados.
Mencioné antes, querido señor, que no es regla segura juzgar la
verdad de los principios por la práctica de la gente. Y así, suponer que todos
los que sostienen la redención universal de la forma que la explicas, después de
haber recibido la fe, disfruten de una vista continua e ininterrumpida del
rostro de Dios, no por eso se deduce que esto es fruto de este principio. Porque
más bien estoy seguro de que esto tiende a mantenerlos en la oscuridad para
siempre, ya que se le enseña que el mantenerse en el estado de salvación se debe
a su propio libre albedrío. Y ¿qué arenoso fundamento es ese para una pobre
criatura que ponga sus esperanzas de perseverancia en esto? Cada caída en
pecado, cada tentación sorpresiva, debe arrojarle en dudas y temores, en
horrible oscuridad, oscuridad que se puede sentir. De ahí que las cartas que
recibo de aquellos que creen en la redención universal sean tan faltas de vida,
secas e inconsistentes, en comparación con las de aquellos del lado contrario.
Aquellos que se adhieren al esquema universal, aunque comienzan
por el Espíritu, (aunque digan lo contrario), terminan en la carne, construyendo
una justicia fundada en su propio libre albedrío: mientras que los otros
triunfan en la esperanza de la gloria de Dios, y construyen sobre la promesa
infalible de Dios cuyo amor nunca cambia, aún cuando el sentimiento de la
presencia de Dios les sea quitado. Pero no voy a juzgar la verdad de la elección
por la experiencia de ninguna persona en particular: si lo hiciera (sopórtame en
esta tontería de jactancia) creo que yo mismo me gloriaría en la elección.
Porque por estos cinco o seis años he recibido el testimonio del Espíritu de
Dios; desde que, bendito sea Dios, no he dudado ni un cuarto de hora de tener mi
interés en Cristo Jesús: pero con dolor y humilde vergüenza debo reconocer, que
he caído en pecado con frecuencia desde eso. Aunque yo – yo no me atrevo- a
excusar ninguna transgresión, aunque se que no seré capaz en este mundo de vivir
un solo día perfectamente libre de defectos y pecados. Y como las Escrituras
declaran que no hay justo ni aún uno en la tierra (no, ni siquiera entre los más
maduros en la gracia) que solo haga el bien y nunca peque (Ecl. 7:20), sabemos
que este será el caso de todos los hijos de Dios. La experiencia universal y el
reconocimiento de esto entre los piadosos en cada época es abundante y
suficiente para refutar el error de aquellos que se sostienen en sentido
absoluto que después que un hombre nace de nuevo no puede cometer pecado.
Especialmente porque el Espíritu Santo condena a las personas que dicen no tener
pecado, engañándose a sí mismas, y estando desprovistas de la verdad, haciendo a
Dios mentiroso. (I Juan 1:8-10). También he estado en toda suerte de
tentaciones, y espero estarlo con frecuencia hasta que muera. Así como lo
estuvieron los apóstoles y los cristianos primitivos. Así fue Lutero, aquél
hombre de Dios, quien, hasta donde yo se, no se aferraba a la elección; y el
gran John Arndt quien estuvo en gran perplejidad, incluso poco antes de su
muerte, y él tampoco era predestinario. Y si he de hablar con libertad, creo que
tu lucha tan acérrima contra la doctrina de la elección y tu apego vehemente
hacia una vida de perfección sin pecado, son las razones por las cuales no
disfrutas de la libertad del evangelio, de la plena seguridad de la fe de
aquellos que sí prueban día a día el amor eterno con que los elegidos de Dios
son amados. Pero quizás podrías decir, que Lutero y Arndt no eran Cristianos, o
cristianos débiles. Yo se que tú consideras mal a Abraham, aunque él fue llamado
el amigo de Dios: y, creo, también piensas mal de David, el hombre con un
corazón conforme a Dios. No es sorpresa, pues, que en una carta que me enviaste
no hace mucho, me decías que ningún escritor Bautista o Presbiteriano que habías
leído, sostenía las tales libertades de Cristo o cosas por el estilo. ¿Qué? ¿Ni
Bunyan, Henry, Flavel, Halyburton, ni ninguno de los doctores Ingleses o
Escoceses? Mira, querido señor, qué estrecheces y faltas de caridad surgen de
tus principios, de manera que no sigas vociferando más en contra de la elección
sobre el supuesto de que es “destructivo para la mansedumbre y el amor”.
Cuarto, procederé ahora con otra mentalidad. El querido señor
Wesley dice: “Qué incómodo pensamiento es este, que miles y millones de
hombres, sin ninguna ofensa previa, sean condenados al fuego eterno”. Pero
¿quién ha afirmado, que miles y millones de hombres sin ofensa de su previa,
sean condenados? Los que creemos en la condenación de los hombres, también
creemos, que Dios los mira como hombres caídos en Adán. El decreto que ordena
castigo para los descendientes de Adán, ¿no corresponde al merecido castigo por
el crimen cometido? ¿Cómo dices que sean condenados sin ofensa previa?
Seguramente el señor Wesley no objetará la justicia de Dios al imputar el pecado
de Adán a su posteridad. Y también, después de la caída de Adán, y de su
posteridad en él, Dios podría haberlos abandonado a todos, y no haber enviado a
Su propio Hijo a que salvara a nadie. Si no creyeras esto, estarías negando el
pecado original. Pero si reconoces estas verdades, entenderás que la doctrina de
la elección y la reprobación son justas y razonables. Porque si Dios habiendo
imputado el pecado de Adán a todos, justamente podría haberlos dejado a todos en
su pecado, entonces también justamente podría haber dejado a algunos. Sea que
vires a la izquierda o a la derecha, quedas reducido a un dilema. Y, si has de
ser consistente, tendrás que hacer una de dos cosas: o abandonar la doctrina de
la imputación del pecado de Adán, o recibir la doctrina de la elección por
gracia, con la parte de la santa y justa reprobación como consecuencia. Porque,
ya sea que lo creas o no, la Palabra de Dios se mantiene fiel: “Los elegidos lo
han alcanzado, y el resto fue cegado” (Romanos 11:7) Tu párrafo 17, página 16,
lo omito. Lo que se ha dicho del noveno y décimo párrafo, con poca alteración,
lo contestará. Solo diré que, es la doctrina de la elección lo que me impulsa
más a abundar en buenas obras. Estoy dispuesto a soportarlo todo por amor de los
escogidos. Esto me hace predicar con confianza, porque yo se que la salvación no
depende del libre albedrío del hombre, sino de Dios que actuará en el día de Su
poder, y podrá utilizarme para traer algunos de sus elegidos al hogar, cuando Él
así lo quiera.
Pero, quinto, dices, “Esta doctrina tiene una tendencia
directa a prescindir de la religión Cristiana”. Porque, según dices,
“al suponer que por un decreto eterno e inmutable, una parte de la humanidad
será salvada, entonces la revelación cristiana no sería necesaria”. Pero,
querido señor, ¿cómo llegas a esta conclusión? La revelación cristiana es el
diseño de Dios para que su iglesia sea salvada por la muerte de su Hijo. Sí, en
el pacto eterno está establecido que la salvación sea aplicada a los elegidos
por medio del conocimiento y la fe en Él. Como dice el profeta Isaías 53:11,
“Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos”. ¿Cómo entonces tiene
la doctrina de la elección una tendencia a desechar la revelación cristiana?
¿Quién ha creído que la declaración que Dios hizo a Noé, de que la época de la
siembra y la cosecha no cesarían, daría un argumento para que fuésemos
negligentes para arar y recoger? O ¿que el propósito inmutable de Dios, de que
la siega no cesara, haría menoscabo al calor del sol, o a la influencia de los
cuerpos celestiales para suponer que son innecesarios para producirla? Del mismo
modo, el propósito absoluto de Dios de salvar a los elegidos, no elimina la
necesidad de la revelación del evangelio, o el uso de los medios por los cuales
él ha determinado que aquél decreto será efectivo. Nunca el correcto
entendimiento, o la reverente creencia en el decreto de Dios, debe permitir a un
Cristiano en ningún caso, separar los medios del fin, o el fin de los medios. Y
como somos enseñados por la revelación misma que este es el medio por el cual
Dios trae a sus escogidos, lo recibimos con gozo, lo apreciamos altamente, y lo
usamos con fe, y nos damos a la tarea de esparcir por todo el mundo el
evangelio, en la plena seguridad de que donde quiera que Dios nos envíe, tarde o
temprano, será para salvación y utilidad de los escogidos que serán llamados.
¿Cómo pues, al abrazar esta doctrina, vamos a unirnos a los modernos incrédulos
en hacer al Cristianismo innecesario? No, querido señor, cometes un error. Los
infieles de todas clases están de tu lado en esta cuestión. Deístas, Arrianos y
Socinianos, todos acusan la soberanía de Dios y defienden la redención
universal. ¡Pido a Dios que el sermón del querido señor Wesley, aunque ha
lastimado los corazones de muchos hijos de Dios, no sirva para darle fuerza a
sus más acérrimos enemigos! Aquí podría casi recostarme y llorar. “No lo digáis
en Gad, no lo publiquéis en las calles de Ascalón; para que las hijas de los
Filisteos no se regocijen, para que no triunfen las hijas de los incircuncisos”
(II Samuel 1:20)
Más adelante, dices, “Esta doctrina hace que la revelación
se contradiga”. Por ejemplo, dices, “Los que defienden esta doctrina
interpretan el texto de la Escritura, a Jacob amé, mas a Esaú aborrecí, como si
Dios, en un sentido literal, aborreciera a Esaú y a todos los réprobos por la
eternidad” Pero, al considerarlos a ambos caídos en Adán, ¿no eran ambos
objetos de su odio? Y ¿no podría Dios de su beneplácito, amar y mostrar
misericordia a Jacob y a los elegidos – sin esto ser injusto para los
reprobados? Pero dices, “Dios es amor”. ¿Y piensas que Dios no
puede ser amor, a menos que muestre misericordia a todos? De nuevo, dices,
querido señor Wesley, “Infieren de ese texto, 'tendré misericordia del que
yo tenga misericordia', que Dios es misericordioso solo con algunos, es decir
con los escogidos; y que ha tenido misericordia solo de ellos, siendo esto
contrario a todo el tenor de las Escrituras, como se expresa: 'El Señor es
amoroso con todos, y su misericordia sobre todas sus obras'”. Y reconozco
que así es, pero no de su misericordia salvadora. Dios tiene amor con todos: Él
envía la lluvia sobre buenos y malos. Pero dices, “Dios no hace acepción de
personas” (Hechos 10:34). ¡No! Para todos, sean Judíos o Gentiles, el que
cree en Jesús, y hace justicia, es aceptado en él. “Pero el que cree no será
condenado” (Marcos 16:16). Porque Dios no hace acepción de personas, sobre la
base de su condición externa o las circunstancias en la vida, cualesquiera que
sean; ni la doctrina de la elección supone que lo haga así. Pero como Señor
soberano de todo, y que no le debe nada a nadie, tiene el derecho de hacer lo
que quiere con lo que es suyo, y dispensar sus favores a los objetos que él
mira, basado en su beneplácito. Y su supremo derecho está claramente y
firmemente expuesto en aquellos pasajes de la Escritura, donde dice, “Moisés,
tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo
me compadezca” (Rom. 9:15, Exod. 33:19) Siguiendo en el texto, “los niños no
habían nacido aún, ni habían hecho ni bien ni mal, para que el propósito de Dios
conforme a la elección permaneciese, no por obras, sino por el que llama; le fue
dicho a ella [Rebeca], el mayor servirá al menor” (Rom 9:11-12).
Tú nos representas como si la predestinación para vida no
depende del conocimiento de Dios. Pero ¿quién infiere esto, querido Señor?
Porque si el conocimiento previo significa aprobación, como resulta en varias
partes de la Escritura, entonces confesamos que la predestinación y la elección
sí dependen del conocimiento previo de Dios. Pero si por conocimiento previo
(presciencia) tú entiendes que Dios ha mirado de antemano alguna buena obra
hecha por sus criaturas y sobre esto ha basado o tenido una razón para
apartarlos y escogerlos, entonces decimos que en tal sentido la predestinación
no depende del conocimiento previo de Dios. Pero te referí, al inicio de esta
carta, al Dr. Edwards que escribió Veritas Redux, lo cual también te recomendé
en una carta anterior, con Elisha Coles sobre La Soberanía de Dios. Por favor
léelos, y también los excelentes sermones de Mr. Cooper de Boston en Nueva
Inglaterra (los cuales también te mandé) y no dudo que verás todas tus
objeciones contestadas. Aunque he de observar, que después de todas nuestras
lecturas en ambos lados de la cuestión, nunca seremos en esta vida capaces de
inquirir en los decretos de Dios de forma perfecta. No, debemos con humildad
adorar lo que no podemos comprender, y con el gran Apóstol al fin de todas
nuestras investigaciones clamar, “Oh profundidad de las riquezas y de la
sabiduría de Dios, cuán insondables son tus juicios, e inescrutables tus
caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fue su consejero?
(Rom. 11:33-34) – o con nuestro Señor, cuando admiraba la soberanía de Dios. “Sí
Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26) Sin embargo, debe tomarse nota de que
esos textos: “El Señor es paciente... no queriendo que ninguno perezca sino que
todos procesan al arrepentimiento” (II Pedro 3:9) y “No me complazco de la
muerte del impío; sino que el impío se vuelva de su camino y viva” (Ezeq. 33:11)
– y otros así – deban ser tomados en sentido estricto, pues si no, nadie se
perdería. Pero aquí hay una distinción. Dios no halla placer en la muerte de los
pecadores, como para deleitarse simplemente en su muerte; pero Él se complace en
su justicia, al infringir el castigo que sus iniquidades merecen. Como un juez
justo que no se complace en condenar al criminal, pero aún así con justicia
ordena que sea ejecutado, la ley y la justicia deben ambas ser satisfechas,
aunque esté en su poder evitarlo.
Sugiero además, que injustamente cargas a la doctrina de la
reprobación con blasfemia, porque la doctrina de la redención universal, como la
expones, causa gran afrenta a la dignidad del Hijo de Dios, y al mérito de su
sangre. Considera si no es blasfemia decir que Cristo no solo murió por los
salvados, sino también por los que se pierden. El texto que has aplicado mal
para esto lo explicó muy bien Ridgely, Edwards, Henry; y no respondo yo mismo a
esto para obligarte a leer esos tratados, los cuales, Dios mediante, te
mostrarán tu error. No puedes hacer tal afirmación a menos que llegues a afirmar
(como el Moravo Peter Bohler, tuvo que llegar a afirmar, para sostener la
redención universal) que finalmente todas las almas serán salvadas del infierno.
No creo que sea eso lo que afirmas. Y sin embargo puede probarse que la
redención universal, tomada en sentido literal, cae por su peso. Porque, ¿como
puede ser que él haya muerto por todos y todos no sean salvos? Querido señor,
por el amor de Cristo, considera el deshonor que haces al negar la doctrina de
la elección. Has dicho abiertamente que la salvación depende de la gracia libre
de Dios, pero en base al libre albedrío humano. Si es así, es muy que probable,
que Jesucristo no habría visto nunca el fruto de su muerte en eterna salvación
para una sola alma. Nuestra predicación sería en vano, y todas las invitaciones
para que las personas crean serían en vano. Pero, bendito sea Dios, nuestro
Señor sabía por quiénes moría.
Había un pacto eterno entre el Padre y el Hijo. Le fue dado al
Hijo un número de ovejas que le son dadas en recompensa de su muerte. Por estas
ovejas oró (Juan 17:9), y no por todo el mundo. Por los escogidos, y solo por
ellos, Él intercede por ellos, y con la salvación de ellos Él está plenamente
satisfecho de su labor. Omito, a propósito hacer anotación alguna con respecto a
ciertas páginas de tu sermón. En verdad, si tu nombre no hubiera dado fe que
escribiste tal sermón, no podría pensar que serías el autor de tal sofisma.
Querido, querido señor, ¡no te ofendas! Por el amor de Cristo,
¡no seas áspero! Dedícate a leer. Estudia el pacto de gracia. Deja ese
razonamiento carnal. Hazte como un niño; y entonces, en vez de empeñar tu
salvación, como lo has hecho en el último himnario, si la doctrina de la
redención universal, no es cierta; en vez de hablar de perfección sin mácula,
como lo pones en el prefacio del himnario, y hacer que la salvación dependa del
libre albedrío del pecador, como lo has hecho en este sermón; compondrás himnos
que alaben el amor soberano y distintivo de Dios. Advertirás a los creyentes
para que no procuren la perfección confiando en sus corazones, y imprimirás otro
sermón contrario a este, y le pondrás por título “Gracia libre, de verdad”.
Libre, no porque sea para todos sin excepción, sino libre, porque Dios puede
otorgarla a quien Él quiera. Hasta que hagas esto, dudaré si te conoces a ti
mismo.
Mientras tanto, debo culparte porque censuras al clero de
nuestra iglesia de que ellos no cumplen los artículos de la fe, y tú mismo al
sostener tus principios, positivamente niegas los artículos 9, 10 y 11. Querido
señor, estas cosas no deben ser así. Dios conoce mi corazón, como te dije antes,
vuelvo a declarártelo, me veo forzado a escribir esta carta solamente por el
honor de Cristo. Yo te honro y amo por su causa; y cuando hubiera de juzgarte,
agradezco delante de los hombres y los ángeles, el bien que has hecho a mi alma,
bajo el amparo de Dios.
Así, estoy persuadido, de que veré al querido señor Wesley
convencido de la elección y el amor eterno de Dios. Y con frecuencia me lleno de
alegría al pensar que he de verte quitarte tu corona y postrarte a los pies del
Cordero, y tal vez con un santo rubor por haberte opuesto a la soberanía divina
de la manera que lo has hecho. Pero espero que el Señor te mostrará esto antes
de que llegues allá. ¡Oh, cómo deseo ver ese día! Si el Señor quisiera hacer uso
de esta carta para ese propósito, habría abundante gozo en mi corazón, querido y
honrado señor. Tu allegado, aunque indigno hermano y siervo en Cristo,
George Whitefield.
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